El panorama lingüístico europeo se presenta como un ente complejo que aparece cada vez más como objeto de estudio en diversas áreas de la lingüística como la sociolingüística o las tecnologías del habla.
Es muy importante tener una visión realista de la situación en la que se encuentran los diversos idiomas europeos, para que ninguna minoría se quede atrás en el ámbito comunicativo, que está en expansión debido al creciente uso de Internet en las últimas décadas.
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Para enfrentar la tarea de mostrar qué magnitud tiene la diversidad lingüística europea es importante sentar primero las bases sobre las que vamos a dividir y clasificar los distintos idiomas del continente. Por una parte, es necesario tener en cuenta el estatus de oficialidad de cada lengua dentro del país o países en los que se inserta su comunidad de habla. Esto depende de cuestiones políticas y esta oficialidad puede comprobarse en las Constituciones, Cartas Magnas y otros documentos gubernamentales de carácter oficial emitidos por el país en cuestión. En este sentido tienen especial relevancia las lenguas minoritarias o regionales, propias de comunidades de habla de tamaño reducido, cuyo estatus está poco o nada reconocido por sus respectivos gobiernos.
Por otra parte, desde una perspectiva puramente lingüística, podemos clasificar cada idioma según su filiación genética. Es decir, establecer familias de lenguas atendiendo bien a sus rasgos tipológicos o bien a un origen documentado común. De esta forma, se pueden formar conjuntos de idiomas que están emparentados entre sí, que comparten características morfosintácticas y fonológicas.
Las lenguas que tienen estatus oficial en Europa se denominan con diversos términos en los documentos en los que se reconocen como tales. Se trata de lenguas oficiales, estatales, nacionales o lengua de la República. Todas estas denominaciones hacen referencia a la oficialidad y reconocimiento gubernamental del idioma en cuestión. Aquí se encuentran los principales idiomas de Europa, ya que son los que mayor número de hablantes tienen y su glotónimo está generalmente relacionado con el nombre del país en el que son oficiales. Esto hace que sean muy fácilmente reconocibles. Además de las lenguas que se relatan a continuación, oficiales en uno o más países de Europa, la Unión Europea como organismo cuenta con 24 lenguas oficiales: el alemán, el búlgaro, el checo, el croata, el danés, el eslovaco, el esloveno, el español, el estonio, el finlandés, el francés, el griego, el húngaro, el inglés, el irlandés, el italiano, el letón, el lituano, el maltés, el neerlandés, el polaco, el portugués, el rumano y el sueco.
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La familia de las lenguas romances o románicas es una de las más conocidas, entre otros, por ser una de las familias lingüísticas con más hablantes en Europa. Su origen está muy bien documentado: todas las lenguas de esta familia proceden del latín, en un proceso de formación que tuvo lugar en los últimos siglos del primer milenio y del que tenemos suficientes datos como para hacernos una idea bastante clara de esta evolución. Su situación geográfica es, en términos generales, la costa del Mediterráneo.
El español es el ejemplar de esta familia con mayor número de hablantes, no solo en Europa, sino también en todo el globo. Tiene alrededor de 47 millones de hablantes nativos en el viejo continente, pero este número asciende a 477 millones si tenemos en cuenta el total mundial. Además de esto, es un idioma hablado como segunda lengua por millones de personas en todo el mundo. La lengua portuguesa tiene algo más de 10 millones de hablantes nativos en Europa. No obstante, esta cifra asciende a más de 200 millones contando la totalidad de la comunidad de habla del portugués en el mundo. Tanto el portugués como el español están reconocidos como oficiales en las constituciones de sus correspondientes países.
El francés, en cambio, tiene estatus de lengua de la República en la constitución francesa. Se trata de la lengua romance con más hablantes nativos en Europa, con una cifra que ronda los 70 millones, y ocupa el tercer puesto en la totalidad de idiomas hablados en el continente. La situación del italiano, en cambio, es algo más compleja. Aunque no está designado como idioma oficial en la constitución, sí se menciona su oficialidad en el artículo 99 del estatuto de la región Trentino - Alto Adigio y funciona, de facto, como lengua oficial en todo el Estado. Su número de hablantes nativos en Europa supera los 50 millones.
El rumano tiene unos 24 millones de hablantes nativos, repartidos entre Rumanía y Moldavia. En ambos países es lengua oficial, aunque en el segundo se denomina moldavo, no sin una grave polémica política al respecto. Además, el francés y el italiano también son lenguas oficiales en Suiza, y el francés en Mónaco. En Suiza también es oficial el romanche, también conocido como retorrománico. Por último, en Andorra la lengua oficial es el catalán.
La familia de las lenguas germánicas es otra de las grandes familias indoeuropeas que se puede encontrar entre el abanico lingüístico de Europa. Todos los idiomas de esta familia descienden de un antepasado común, que conocemos como protogermánico y que se puede reconstruir con facilidad. Se encuentran situadas geográficamente en el norte de Europa, principalmente alrededor del mar Báltico y del mar del Norte.
El inglés es uno de los ejemplares más conocidos dentro de esta familia de lenguas. Tiene más de 400 millones de hablantes nativos en todo el mundo, de los que alrededor de 70 son europeos. A pesar de estas impresionantes cifras, en Europa tan solo tiene carácter oficial en Malta. En Reino Unido funciona como lengua oficial de facto. La lengua alemana, por su parte, cuenta con unos 95 millones de hablantes nativos y tiene carácter oficial en cuatro países, a saber: Luxemburgo, Austria, Suiza y Liechtenstein.
En cambio, en Alemania no se reconoce como tal ninguna lengua, aunque el alemán funciona como idioma oficial en la práctica. Tanto el idioma danés como el noruego son lenguas germánicas, ambas pertenecientes al grupo nórdico. Tienen estatus oficial en Dinamarca y Noruega, respectivamente. En contraposición, el sueco, otra lengua que pertenece al grupo nórdico, no está reconocida oficialmente en Suecia, aunque sea el idioma principal (tanto de la población, como de la administración del Estado). No obstante, sí es lengua oficial en Finlandia.
El neerlandés tiene unos 23 millones de hablantes nativos en Europa y es lengua oficial en los Países Bajos, donde lo habla la mayoría de la población. Por último, encontramos las lenguas germánicas con comunidades de habla menores. El luxemburgués es una lengua con pocos hablantes, apenas unos cientos de miles. En términos lingüísticos, se encuentra muy cerca del alemán. Este idioma es oficial en Luxemburgo, junto con el francés y el alemán. El islandés tiene un número similar de hablantes al luxemburgués y tiene carácter oficial en Islandia.
En Europa del Este y en la península de los Balcanes se encuentra la familia de las lenguas eslavas. Se caracterizan, entre otras cosas, porque los miembros de este grupo se usan en dos alfabetos distintos, el latino y el cirílico, dependiendo del caso. Todas ellas proceden del idioma proto-eslavo, una lengua reconstruida por lingüística comparada. Entre ellas, sin lugar a dudas, la que mayor número de hablantes nativos tiene es el ruso.
Este número asciende a unos 170 millones en Rusia, sin contar los más de 100 millones que también la tienen como lengua materna en otros países de Europa. Además, también es la segunda lengua de muchas personas en Europa del Este y los Balcanes y tiene estatus oficial también en Bielorrusia. El resto de idiomas se encuentran por debajo del medio millón de hablantes nativos. En Polonia el polaco cuenta con 45 y, en Ucrania, el ucraniano es lengua materna de 40 millones de personas. El checo es oficial en la República Checa y cuenta con 11 millones de hablantes nativos, mientras que el eslovaco en Eslovaquia tiene algo más de 5 millones.
Ya en la zona de los Balcanes, la lengua eslava con mayor número de hablantes nativos es el búlgaro, que es oficial en Bulgaria, con 9 millones de miembros en su comunidad de habla. El serbio es oficial en Serbia y lo hablan más de ocho millones de personas. El croata, oficial en Croacia, cuenta con algo más de 5 millones de hablantes nativos, mientras que el macedonio en Macedonia, el esloveno en Eslovenia y el bosnio en Bosnia-Herzegovina rondan los 2 millones de hablantes nativos.
Pero las lenguas de filiación indoeuropea en Europa no se agotan en las tres grandes familias que se han mencionado. Hay otras cinco lenguas de este grupo que también son lenguas oficiales en distintos estados de Europa. Dos de estas lenguas pertenecen a la familia báltica y se hablan en la costa sur del Mar Báltico. Se trata del letón y el lituano, oficiales en Letonia y Lituania, respectivamente. Estas lenguas se encuentran más cercanas a la familia de las lenguas eslavas y juntas forman el grupo balto-eslavo. No obstante, estas no parecen proceder del proto-eslavo. El lituano tiene alrededor de 3 millones de hablantes nativos, mientras que el letón cuenta con algo menos de 2 millones. El albanés es la lengua oficial de Albania. Pertenece a una rama de la familia indoeuropea, cuyas relaciones genéticas con otras ramas de la familia no están muy claras. En Albania, el tosco, el dialecto oficial del albanés, tiene algo más de 5 millones de hablantes nativos. El armenio también es una lengua de difícil filiación, aunque está claro que pertenece a la familia indoeuropea. Su antepasado inmediato conocido es el armenio clásico, un idioma que ya está extinto. Esta lengua es oficial en Armenia y cuenta con alrededor de 5 millones de hablantes nativos. Perteneciente al mismo grupo de lenguas que el griego clásico, idioma ya muerto, el griego moderno es la lengua oficial de Grecia. Su comunidad de habla supera los 10 millones de miembros.
Aunque son una minoría, también hay lenguas que no pertenecen a la familia indoeuropea que son oficiales en algunos países de Europa. Estas se dividen en cuatro grupos lingüísticos distintos: la familia urálica, la familia altaica, la familia kartveliana y la familia afroasiática.
La familia lingüística urálica tiene tres miembros con carácter de lengua oficial en Europa: el finés, oficial en Finlandia, el húngaro, oficial en Hungría y el estonio, oficial en Estonia. Las relaciones entre los distintos miembros de esta familia de lenguas todavía no están muy estudiadas y son imprecisos. Las tres tienen un antepasado común, el proto-urálico, una lengua reconstruida. No obstante, el finés y el estonio se encuentran más relacionados entre sí frente al húngaro. De ellas, el húngaro es la que más hablantes nativos tiene, con más de 10 millones. El finés cuenta con menos de 5 millones y el estonio, por su parte, apenas llega al millón de hablantes.
El turco es la lengua oficial de Turquía y el azerí lo es de Azerbaiyán, ambas pertenecen a la familia de las lenguas altaicas. Estas lenguas tienen mayor presencia en Asia central, aunque el turco tiene casi 20 millones de hablantes nativos en Turquía y el azerí cuenta con unos 8 millones de hablantes en Azerbaiyán. Su presencia en Europa es notable, aunque la mayoría de los hablantes de la familia altaica no se encuentre en ese continente. La familia kartveliana está representada en Europa por el georgiano, lengua oficial de Georgia. Este grupo de lenguas se encuentra en la zona del Cáucaso y el georgiano está atestiguado desde el siglo V. El número de hablantes nativos actual ronda los 3 millones.
Por último, el maltés es la lengua oficial de Malta y pertenece a la familia afroasiática. Pertenece a la familia semítica y está muy estrechamente relacionado con el árabe, sobre todo con los dialectos magrebíes. Por otra parte, buena parte del vocabulario de esta lengua está influenciado por el contacto con las lenguas romances de la zona, particularmente el italiano. El número de hablantes nativos de esta lengua se encuentra alrededor del medio millón.
Pero los idiomas europeos no son solo aquellos que tienen estatus oficial en los países del continente. Existen multitud de lenguas que están consideradas minoritarias, por tener muchos menos hablantes que los idiomas principales de Europa. Algunas son minoritarias en cierto país, pero no en Europa o el mundo (es el caso, por ejemplo, del alemán en Dinamarca).
Las lenguas minorizadas, en cambio, no son necesariamente minoritarias, pero su falta de poder legal o su consideración social las colocan en una posición complicada dentro del panorama lingüístico europeo.
En cuanto a su estado legal, estas lenguas se encuentran en situaciones muy distintas. Algunas tienen carácter cooficial, habitualmente se reconocen en las regiones en las que existe una comunidad de habla notable dentro de un país que no puede considerarla lengua nacional. Otras lenguas están reconocidas por los países en los que se hablan, pero su estatuto no es el de lengua cooficial y su protección legal varía en cada caso.
Estos casos se producen muy habitualmente por dos motivos. El primero, porque las fronteras políticas dividen comunidades de habla en ocasiones. El segundo se debe a los movimientos poblacionales entre distintos puntos del continente, que crea pequeñas comunidades lingüísticas en los países de destino. Por último, hay una serie de lenguas cuya existencia no está reconocida por el país o países en los que se hablan y se encuentran, por lo tanto, desprotegidas.
En situación de cooficialidad en Europa encontramos muchas lenguas, con distintas reservas legales. Igualmente, hay países que no contemplan ningún idioma cooficial, la mayoría de los que sí lo hacen incluyen uno o dos, y en algunos casos la cantidad de idiomas cooficiales de un país asciende más allá de la decena.
En Rusia, por ejemplo, hay más de cuarenta lenguas cooficiales, que se reparten entre las distintas repúblicas y distritos autónomos que configuran la administración del gobierno ruso.
Polonia, por su parte, considera lenguas minoritarias el alemán, el armenio, el bielorruso, el checo, el yidis, el hebreo, el lituano, el ruso, el eslovaco y el ucraniano. Estas son las lenguas que son minoría en Polonia, pero que son oficiales en algún otro estado. En cambio, trata como lenguas étnicas el karaim, el casubio, el romaní, el tartar y el rusino, idiomas que no están protegidos por ningún otro gobierno. Once son las lenguas que Italia nombró como oficiales regionales en el año 1999. Estas lenguas incluyen el albanés, el alemán, el catalán, el croata, el esloveno, el francés, el franco-provenzal, el griego, el ladino, el occitano y el sardo.
En el caso de Serbia se reconocen como cooficiales cinco lenguas en la provincia de Voivodina, son otras lenguas eslavas como el croata, el eslovaco y el ucraniano, y lenguas de otras familias que se hablan en la zona de los Balcanes, como el rumano y el húngaro.
Reino Unido se consideran las siguientes como lenguas minoritarias de forma oficial, aunque tienen distintos grados de protección: el galés, el gaélico escocés, el irlandés y el escocés de Ulster, siendo estos dos los que menos garantías legales tienen. Las tres primeras son lenguas célticas, del grupo indoeuropeo, mientras que el escoces de Ulster pertenece a la familia de las lenguas germánicas.
En Dinamarca, el alemán es lengua cooficial. Pero, además, hay territorios que, aún perteneciendo al reino de Dinamarca, tienen un gobierno autónomo. En estos lugares se han nombrado también cooficiales las lenguas regionales, el es caso de feroés en las islas Feroe y el groenlandés en Groenlandia. Ambas lenguas pertenecen a la familia de las lenguas germánicas, como el danés.
En España hay lenguas cooficiales en sus respectivas comunidades autónomas. El catalán en Cataluña, y la lengua catalana propia de las Islas Baleares en éstas, el valenciano en la Comunidad Valenciana, el euskera en el País Vasco y el gallego en Galicia. El gallego y el catalán pertenecen a la familia de las lenguas romances, mientras que el euskera no es una lengua indoeuropea y no se conoce ninguna lengua en el mundo, viva o muerta, que esté emparentada con ella.
En Lituania son cooficiales el ruso y el polaco, ambas lenguas eslavas como el lituano. En Moldavia se consideran también cooficiales el ucraniano, en Transnistria, y el gagauz, en Gagauzia. El sami y el kven, ambas de la familia urálica, emparentadas con el finés, son cooficiales en Noruega.
En Ucrania también tienen reconocimiento legal el ruso y el tártaro de Crimea. Los países en los que solo se reconoce una lengua cooficial son cinco: Austria, Georgia, Irlanda, Países Bajos y Portugal.
En Carintia, Austria, el esloveno está reconocido como lengua minoritaria y tiene carácter cooficial. En Abjasia, Georgia, el abjasio también tiene estas consideraciones. El frisón es cooficial en Frisia, una región al norte de los Países Bajos. El mirandés no se reconoció como oficial en Miranda do Douro, Portugal, hasta 1998. Pero, quizá, el caso más curioso es el de Irlanda, que considera el inglés como idioma oficial secundario, aún a pesar de ser mucho más mayoritario que el irlandés, la primera lengua oficial.
Hay también un número de lenguas en Europa cuya existencia está reconocida, pero apenas tienen protección legal que garantice su supervivencia. Seis son las lenguas que Macedonia reconoce como minoritarias y que son cooficiales en las administraciones en las que, al menos, un quinto de la población las utiliza. Son los casos del albanés, el arrumano, el romaní, el serbio y el turco.
En España están los casos del asturleonés y del aragonés. Ambas lenguas están reguladas por sendas leyes, en el Principado de Asturias y en Aragón. Aunque las dos gozan de academias que estandarizan y promueven el uso de estas lenguas, carecen de ciertas garantías, por ejemplo, no tienen lugar en los programas educativos. Ambas son lenguas romances.
En 2008, Francia reconoció una serie de lenguas como regionales, pero carecen de garantías legales. Entre ellas se encuentra una lengua céltica, el bretón y las romances corso (que se habla en la isla de Córcega), occitano y patués. Letonia, en cambio, sí ofrece protección legal al livonio, un idioma relacionado con el finés y la familia urálica, y el latgalio, muy relacionada con el letón.
Estas dos lenguas están muy amenazadas, especialmente el latgalio. Aunque no es la lengua más hablada del país, el monegasco está reconocida en Mónaco como lengua nacional. Está emparentada con el ligur y pertenece a la familia de las lenguas romances.
Por último, en Reino Unido se reconoce la existencia del córnico, una lengua céltica hablada en Cornualles. Esta situación es chocante, puesto que en 1992 se firmó la Carta Europea de las Lenguas Minoritarias y Regionales. En este documento, los países firmantes se comprometen a fomentar el uso y conocimientos de estas lenguas y a protegerlas, en la medida de lo posible, del peligro de extinción. El problema es que no solamente se quedan fuera de la Carta decenas de lenguas que continúan sin estar reconocidas, sino que la aplicación de la misma, aun habiendo pasado más de dos décadas, es dudosa y mejorable en la mayoría de los casos.
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Resulta complejo hacer un examen exhaustivo de todas las lenguas que carecen de reconocimiento oficial dentro del continente europeo. No obstante, pueden señalarse algunos casos importantes.
Una de las lenguas que se encuentran en esta situación es el romaní. Aunque está reconocida por varios países como lengua minoritaria en la Carta Europea de las Lenguas Minoritarias y Regionales, sigue sin estar reconocida en decenas de países.
El romaní pertenece al grupo indoeuropeo, a la familia de las lenguas indo-iranias. Aunque su origen es incierto, es posible que los primeros hablantes de romaní llegasen desde la India hasta Europa. Una vez en el Viejo Continente, el romaní se extendió rápidamente por todo el territorio, motivado por el estilo de vida nómada del pueblo gitano. Esto produce, también, que a día de hoy existan muchas y muy diferentes variedades dialectales del romaní, ya que la separación geográfica entre las distintas comunidades de habla romaní y la influencia de distintas lenguas en la estructura y el vocabulario del romaní, hace que la lengua se fragmente más rápido.
España es uno de los países que no ha reconocido todavía la lengua romaní. Además de esta lengua, hay otros idiomas en España que tampoco están reconocidos. Se trata, por una parte, de la fala, una lengua hablada en ciertas zonas de Extremadura y que podría estar relacionada con migraciones gallegas a este lugar.
Por otra parte, el aranés, una lengua emparentada con el occitano, hablada en el Valle de Arán, perdió derechos en el Estatuto Catalán en 2011. En 2010 se la nombró lengua cooficial en Cataluña. No obstante, en 2011 se puso un recurso de inconstitucionalidad a los artículos que convertían el aranés en lengua de la administración local y que promovían su uso en los medios de comunicación y en la educación. Este recurso fue llevado a trámite por el Tribunal Constitucional, por lo que desde ese momento, aún a pesar de tener cierto grado de reconocimiento, su uso y vitalidad no están protegidos adecuadamente.
También el yidis está reconocido en algunos países, pero no en todos aquellos en lo que existen comunidades de habla de esta lengua. Incluso, este idioma se enfrenta habitualmente a la consideración de dialecto del alemán, lo que complica todavía más su preservación.
El emiliano-romañol es la lengua más hablada de San Marino, en cambio, no está reconocida por la ley o la constitución del país. También tiene millones de hablantes en Italia, donde tampoco está reconocida. El caso de las lenguas no reconocidas en Italia es especialmente complejo, ya que existen varias lenguas en la península que se tratan habitualmente como dialectos del italiano. Esto hace más difícil tanto realizar el recuento, como proteger estas lenguas. En Polonia no se encuentran ni el vilamoviciano, ni el silesio como lenguas étnicas, a pesar de los hablantes que tienen en el país. Igualmente, el gobierno de Georgia no contempla la existencia de otras lenguas kartvelianas, más allá del georgiano, lo que discrimina el megreliano, el esvano, el laz y el osetio. Bélgica y la Ciudad del Vaticano no han designado ninguna lengua oficial, nacional o minoritaria.
Resulta sencillo deducir de lo anterior que sí, efectivamente, existen lenguas en peligro de extinción en Europa. Esto ocurre a pesar de que hay muchas lenguas bien protegidas y aunque las lenguas mayoritarias están, en términos generales, contempladas por las constituciones, cosa que no ocurre en otras zonas del mundo, especialmente aquellas que tienen un pasado colonial. De hecho, precisamente es el centralismo y protección de las lenguas mayoritarias del continente lo que empuja a las lenguas con menor número de hablantes al peligro de muerte.
La Encyclopedia of the World's Endangered Languages cuenta un total de 73 lenguas y 24 dialectos en peligro de extinción en Europa, frente a las 55 lenguas que considera a salvo. Podemos decir, entonces, que la mayoría de idiomas hablados en Europa están en peligro. La muerte de una lengua es un problema ecológico y cultural grave al que debemos enfrentarnos. Las lenguas no solamente forman parte indiscutible de nuestro patrimonio cultural, sino que además representan una cosmovisión única. Esto hace que, de alguna manera, al perder una lengua estamos perdiendo conocimiento sobre el mundo y una forma única de entender la vida.
Igualmente, las lenguas son una parte fundamental de la identidad de los pueblos que las hablan. El desarraigo que produce la pérdida de identidad, así como la asimilación de las distintas culturas por las dominantes es, de nuevo, un ataque a la diversidad y riqueza del mundo, que, en última instancia, nos afecta a todos en tanto seres humanos. La razón principal por la que más de la mitad de las lenguas de Europa se encuentran en peligro de extinción es que estas están en una situación de diglosia.
La diglosia es un fenómeno sociolingüístico que se produce cuando una o más lenguas que se hablan en una misma zona tienen un reparto desigual de los usos y del poder político. El ejemplo más típico es el de la diferencia entre las lenguas que se utilizan en casos formales y las que se usan para el ambiente privado y familiar. El prestigio que una lengua obtiene cuando es la utilizada por la administración, cuando existe un programa escola que la incluye o cuando socialmente se asocia con el poder económico y la cultura, es fundamental para su supervivencia. Cuando se dan este tipo de situaciones es habitual que la lengua de prestigio vaya copando cada vez más usos, comiendo terreno a la lengua minorizada. Sus hablantes van migrando de una lengua a otra, eliminando cada vez más contextos en lo que se habla el idioma en peligro.
También existe el riesgo de que se dé una ruptura generacional. Esto ocurre cuando las nuevas generaciones tienen significativamente menos hablantes de la lengua minoritaria, frente a las generaciones que las precedieron. En muchas ocasiones, se esgrimen argumentos basados en el pragmatismo, que defienden la “inutilidad” de una lengua sin poder económico y cultural.
En otras ocasiones, el estigma social producido por la falta de prestigio puede ser el detonante de esta falta de continuidad generacional en la transmisión de la lengua en cuestión. Precisamente, por este motivo resulta tan relevante que los estados europeos contemplen en sus constituciones o en sus leyes medidas como la escolarización en lenguas minoritarias, el uso de estas lenguas en todo lo referente a la administración del gobierno y se protejan y apoyen las iniciativas culturales en los idiomas minoritarios.
Estas cuestiones pueden marcar la diferencia entre una lengua en vías de extinción y una lengua recuperada y revitalizada. No obstante, ante esta situación en principio desoladora, cabe destacar que las últimas muertes lingüísticas que se han producido en Europa datan de finales del siglo XIX, por lo que en el último siglo las lenguas en peligro han conseguido mantenerse vivas. Frente a otros lugares del mundo, en Europa se da el caso de que todas las lenguas, o casi todas, están muy bien documentadas, por lo que en el peor de los casos se produciría la muerte del idioma, pero no su extinción. La diferencia, en este caso, es que la lengua en cuestión podría seguir aprendiéndose y estudiándose, gracias a la documentación disponible, y podría tentarse su reanimación.
Entre las lenguas amenazadas encontramos algunas que se hablan en España. Se trata, especialmente, del asturleonés, el aragonés y el ladino o judeo-español. Dentro de las lenguas romances, también muchas lenguas en Francia e Italia que no están reconocidas corren peligro, como el provenzal, el galo, el ligur o el lombardo. La familia de las lenguas germánicas tiene mejor salud, aunque alguno de sus miembros está en una situación preocupante, como el ya mencionado yidis. Las lenguas célticas, en cambio, no pueden decir lo mismo, ya que sus principales miembros (irlandés y gaélico escocés) están en peligro y el manés, de la Isla de Man, ya no está entre nosotros. Dentro de la familia urálica, muchas lenguas sami se encuentran en peligro, junto con otras lenguas habladas en Laponia y el Norte de Europa, como el carelio o el livonio. Igualmente, la mayoría de las lenguas kartvelianas, a excepción del georgiano, están en peligro. Esto se debe a su situación de diglosia que favorece al georgiano notablemente, frente a las demás.
Existen diversas iniciativas que nos permiten proteger el patrimonio lingüístico de Europa para asegurar la supervivencia de las lenguas que se encuentran en peligro. Además de las señaladas en el apartado anterior, basadas en una cuestión política, hay medidas que se pueden realizar también desde otros ámbitos. Una de ellas es la recogida de datos.
Algunas plataformas como META NET o ELRC dedican sus esfuerzos a estudiar la situación de las distintas lenguas del continente, con una especial atención a las minoritarias que se encuentran en peligro. La elaboración de informes y de bases de datos con la información actualizada de cada una de las lenguas europeas es fundamental en dos sentidos.
Por una parte, resulta muy importante para conocer la situación real y establecer criterios para valorar el peligro en que se encuentra cada lengua. Solo teniendo este tipo de datos podremos actuar y, sobre todo, saber dónde actuar. También permite diseñar estrategias para la recuperación lingüística, en función de las necesidades de cada idioma. Y, por otra parte, son una herramienta fundamental de denuncia. Con los datos que corroboran esta situación resulta más sencillo hacer presión sobre las políticas centralistas de los países europeos y poder hacer cambios efectivos.
Igualmente, son muy importantes para visibilizar y difundir la situación de cada lengua. Esto es necesario para poder implicar a toda la comunidad en la regeneración del idioma. Relacionado con esto se encuentra las acciones que podemos tomar como individuos. Informarnos sobre la situación real de nuestro entorno lingüístico es fundamental para poder tener un impacto positivo sobre el mismo.
Ayudar a difundir la información sobre las lenguas en peligro de extinción, para concienciar a nuestro entorno, también es muy importante. Pero, sobre todo, como realmente podemos poner nuestro granito de arena, es tomando las pequeñas decisiones del día.
Educar a las nuevas generaciones en lenguas minoritarias, para evitar que se produzcan rupturas generacionales en la transmisión del idioma, es una de ellas. Pero también seleccionar con cuidado la lengua en la que nos comunicamos en el día a día y, muy especialmente, en contextos formales. Eliminar prejuicios socioculturales sobre las lenguas que no son las nuestras también es una de las cuestiones esenciales en la lucha contra la muerte de lenguas. Con esto conseguiremos que lenguas, dialectos y acentos tradicionalmente estigmatizados accedan a las altas esferas de la comunicación, aliviando también el estigma sobre su comunidad de hablantes.