El árabe cuenta con más de 300 millones de hablantes, lo que lo convierte en el quinto idioma más hablado del mundo. Además, es la lengua oficial de al menos veinte países, cooficial en media docena más y, por supuesto, una de las seis lenguas utilizadas en Naciones Unidas.
A lo largo de su historia, el idioma árabe ha pasado de ser distintivo de un conjunto de pequeñas tribus de la península arábiga al vehículo de comunicación en más de treinta naciones modernas.
¿Pero cómo ha podido producirse semejante transformación?
La historia del idioma árabe es fascinante y compleja. El árabe pertenece a la rama semítica de las lenguas afroasiáticas, al igual que el hebreo o el maltés. Su literatura y cultura jugaron un papel destacado a la hora de beneficiar la expansión territorial: este proceso se conoce como arabización, y a menudo se dio en paralelo, aunque de forma totalmente independiente, al de islamización. De acuerdo con este y otros factores, podemos dividir la historia de la lengua árabe en tres etapas diferenciadas: el periodo preclásico, el clásico y el posclásico.
El denominado periodo preclásico hace referencia a la etapa previa a la existencia del Islam. Siglos antes del surgimiento de esta religión, algunas tribus nómadas originarias de la península arábiga ya habían emigrado hacia las regiones de Palestina o Mesopotamia. Muchas de ellas se instalaron en la actual Jordania, convirtiendo la ciudad de Petra en su capital cultural y comercial, desde donde comenzó la expansión de su lengua.
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Con la popularización de la religión islámica a partir del siglo VII, el denominado árabe clásico (en el que están escritos tanto el Corán como la poesía arcaica) comenzó un rutilante ascenso que habría de convertirlo en la lengua franca de toda la cuenca mediterránea.
En esta época, el árabe se transformó en la lengua litúrgica musulmana. Muchos pueblos de etnia no árabe se decidieron a compartir las nuevas creencias, y con ellas, la lengua, aunque esto no sucedió en todos los casos: algunas naciones prefirieron conservar su propia tradición lingüística, aceptando únicamente el credo musulmán pero no la totalidad de su trasfondo cultural. Este sería el caso de pueblos como el turco, el iraní y algunos pueblos de Asia Central.
El árabe fue adoptado como el idioma de la educación y la administración civil en la mayoría de sus territorios pero su institucionalización formal no ocurrió hasta bien entrado el siglo VIII, cuando se desarrollaron las normas gramaticales; con ella, se produjo también la normalización del árabe clásico.
Aunque el árabe clásico se mantuvo como lengua de la poesía y la religión, a lo largo de los siglos XIX y XX se vino a constituir el denominado árabe moderno normativo.
Esta nueva variante (más moderna y adaptada a las necesidades del habla cotidiana) tuvo (y sigue teniendo) gran aceptación y difusión gracias, en parte, a la labor de los medios de comunicación, que lo adoptaron enseguida. Consecuentemente, se trata ya de la lengua oficial en todos los países de identidad cultural árabe.
Existen, no obstante, diferencias regionales en el vocabulario como fruto de los dialectos locales y la influencia lingüística de los extranjerismos. Una de las particularidades más sobresalientes de la lengua árabe es que, en los territorios donde se habla, suele producirse el fenómeno de diglosia.
¿Pero de qué se trata, exactamente?
La diglosia se produce cuando una lengua tiene dos variedades diferenciadas con funciones diferentes en un mismo territorio. En este caso concreto, el árabe coloquial se emplea en la vida cotidiana y familiar, mientras que la variante moderna normativa se utiliza en ambientes más formales como la educación, los medios de comunicación o el ámbito profesional o político.
Por su amplia expansión territorial, hoy en día es hablado por aproximadamente 280 millones de personas como primera lengua, y alrededor de otras 250 millones como segunda opción. Debido a este florecimiento geográfico, son muchos los préstamos lingüísticos que ha hecho a otros idiomas.
Sin ir más lejos, encontramos muchas palabras árabes en español, gracias a la herencia cultural del reino de Al-Ándalus en la península. Entre ellas contamos con las que contienen los prefijos al-, as- y ar- (almohada, azúcar o albaricoque, por ejemplo), otras sin el artículo árabe (como ojalá o ajedrez) y muchos topónimos (Alcázar, Sevilla, Badajoz).
En cuanto a su forma literaria (llamada al-luga al-fuṣḥà o “lengua más elocuente ”) esta incluye el árabe preclásico de la poesía arcaica, el clásico (utilizado en el Corán y la literatura clásica) y también el moderno estándar empleado en la literatura contemporánea. Esta amplia riqueza cultural y lingüística, junto a su gran presencia hoy en día, producen una fuente inagotable de traducciones de árabe al español y otras lenguas.